lunes, 11 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (12)


La cultura de los perros es algo que se adquiere por la experiencia. Incluso diría que sólo la tenemos quienes los hemos adaptado a nuestra vida doméstica. Los que poseen perros exclusivamente para la caza los tienen por lo general atados y se preocupan poco de ellos. Quizás así sufrirán poco si algún disparo en una partida o los empellones de un jabalí han hecho impacto en ellos. Los perros domésticos son diferentes. Forman parte de nuestra vida habitual, nos interpelan y nos acompañan, nos entienden y se alegran y sufren con nuestras alegrías y nuestras desgracias.
El que fuera alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, me dijo en una ocasión que los perros siempre te reciben con un cariño inusitado cuando vuelves a casa, incluso aunque te hayas tomado una copa de más, lo que no ocurre frecuentemente con tu mujer -siempre en opinión del ex alcalde, claro.

Fueron unos días encantadores. Movidos, pero encantadores. Porque la habitual rutina de las lecturas vespertinas se veía interrumpida siempre por los ladridos de Aski exigiendo su paseo de la tarde, lo que devenía en mejor forma física para mí aunque menor el tiempo dedicado a la literatura. Y a la escritura (si bien me ha proporcionado este nuevo asunto que comentar a mis pacientes lectores).

Pero llegarían a su fin. Y eso que retrasábamos nuestro regreso a Madrid díalr aquello de pasar hasta el ültimo momento posible.

Claro que había que preparar las maletas para la vuelta. Y las maletas del regreso son siempre más fáciles de organizar que las de la salida. Pero, en todo caso, tuvimos que montar un cierto jaleo de acarreo de bultos que viajaban desde la planta de arriba hasta el garaje. Gestión que Aski observaba con curiosidad no exenta de inquietud. Y toda vez que los enseres, ese sábado por la tarde, se introducían en el coche, el perro aprovechaba la distracción de una puerta que quedaba abierta para introducirse en el vehículo. Y no quería salir de allí por más que se lo pedía en todos los tonos -por supuesto, amables- que se me ocurrían. Al final tuve que sacarlo de allí.

Si esa sola actitud del teckel nos producía una pena extraordinaria, ¿qué no ocurriría cuando la mañana siguiente tuviera,os que devolverlo con sus, sin embargo, amos?

Habíamos decidido la estrategia. No podía esta reducirse a salir en coche y abandonarlo en el jardín, donde su extrañeza y nuestra desazón, al verlo solo, sus ojitos tristes observando el automóvil de sus amigos escapando de manera ignominiosa de su compañía nos habría partido el corazón más aún de lo que podríamos imaginar,además de que nos comportaríamos tan mal como en aquel spot de televisión, un perro observa a sus amos que emprendían el camino de sus vacaciones, en tanto que el pobre animal no sabe muy bien qué es lo que ha pasado en realidad, a la vez que deambula por una gasolinera perdida o por cualquier carretera extraña. La frase del anuncio resonaba en nuestros oídos: Él no lo haría.

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