jueves, 4 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (1)


Lo puedes ver en las imágenes que las cadenas de televisión arrojan de manera constante para dar testimonio de la felicidad de su movimiento en la noche electoral. Mandaremos es el nombre del artefacto destructivo de la casta, por lo visto.

Allí estaba. Elías Zúñiga, con sus apenas treintaiocho, que surge de un grupo de jóvenes en desmadejada turba, detrás de su líder, el también joven, telegénico y dotado de sempiterna coleta que es Daniel Anguiano.

Elías es un chico alto -parece, la televisión, ya se sabe, engaña a veces-, desgarbado, moreno, la cara alargada, un tanto torpe... como buen Zúñiga, a su pesar.

A su pesar, digo. Porque él siempre utiliza su primer apellido en unión del segundo, Cardas. Pero no adelantaré acontecimientos.

Elías se acerca al jefe -Anguiano-, pero el jefe le da la espalda. Creamos, más vale, que es porque no lo ha visto. El caso es que no le saluda. Y Elías se queda asombrado por el gesto. Mira a cámara y se tapa los ojos. No, no es que le asuste la presión de los focos. Se trata más bien de un gesto instintivo, habitual en él. Como si toda esta historia le desconcertara bastante. ¿O si? -que preguntaría Rajoy, en su más puro estilo-. ¿O es que le ha deslumbrado la luz y se protege los ojos con la mano? En todo caso queda raro el gesto. Una especie de desprecio del jefe y una mirada a cámara como que te han pillado con el aspaviento del nuevo héroe de la noche electoral. Y tú con esos pelos...

Pero pronto acude otro de los chicos que ha subido como Elías al escenario a salvar la situación. Se encuentra contigo, abre los brazos y se dispone a abrazarte. Es tu tabla de salvación. Al menos nadie pensará que te colaste en esa fiesta, como la chica de Mecano..

No, no podrían pensar en eso. Esa fiesta era también la tuya.

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